Para «beef» el de estos dos: Quevedo vs. Góngora

Por Mariángeles García

Ni los raperos primero ni Shakira después son pioneros en eso de lanzarse pullas en verso. Antes, muchísimo antes que ellos, ya se las vieron — poéticamente hablando— un buen número de bardos. Pero, si hay que quedarse con dos enemigos acérrimos, estos son, sin duda, Quevedo y Góngora.

Pongámonos en antecedentes. En el siglo XVII, aquel que quería vivir del arte o se buscaba un mecenas que le mantuviera o se moría de hambre. Normal que la pelea por ver quién se llevaba el patrocinador al agua fuera dura. Y no había mejor manera de ganarse el favor de adinerados marqueses, condes y nobles en general que llamar su atención.

En esa lucha estaban el cordobés Luis de Góngora y el aspirante a título Francisco de Quevedo, madrileño y diecinueve años más joven. Quevedo, que venía cargadito de serie de mucho arte y muy mala leche, pronto vio al asentado Góngora como el rival a batir. Así que, en cuanto tenía ocasión, no perdía la oportunidad de meterse con el veterano. Empezó a reírse de él imitando sus versos y acabó directo a donde más dolía: el físico y su dudosa ascendencia (las malas lenguas decían que Góngora provenía de familia judía).

Y el cordobés, que ya tenía un nombre y era un poeta bien considerado, viendo que el mozo buscaba hacerse notar a su costa, entró al trapo a muerte. A muerte metafórica, se entiende, que lo de estos dos no pasó de zascas rimados.

Harto de las gracietas de Quevedo, Góngora estalló y escribió como respuesta:

Musa que sopla y no inspira
y sabe que es lo traidor
poner los dedos mejor
en mi bolsa que en su lira,
no es de Apolo, que es mentira,
hija Musa tan bellaca…

Con solo cinco versos, el culteranista (Góngora) estaba llamando al conceptista (Quevedo) mal poeta («musa que sopla y no inspira» y «No es de Apolo, que es mentira») y ladrón («poner los dedos mejor/ en mi bolsa que en su lira»).

Una nota por si la mitología te falla: Apolo es el dios de las artes en general, y de la poesía y de la música en particular, además del jefe de las famosas musas. Por eso se le representaba muchas veces con una lira en la mano. De ahí las alusiones en esta estrofa a la musa, a su líder Apolo y a la lira.

Quevedo no se quedó calladito, claro está, y contraatacó. ¿Insultándole? No, burlándose del estilo poético del cordobés. Y lo hizo con un soneto sobre el culo en el que el orden de las frases está tan alterado que resulta incompresible en muchas ocasiones.

En eso consistía el culteranismo, la corriente poética de Góngora, en la que se daba más importancia a la forma que al contenido. Siendo así, chocaba fuertemente con el conceptismo de Quevedo, más dado a dejar las cosas claritas, y donde el contenido, lo que se decía, era más importante que la forma:

Contra don Luis de Góngora

Este cíclope, no sicilïano,
del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda faz, cuyo hemisfero
zona divide en término italiano;

este círculo vivo en todo plano;
este que, siendo solamente cero,
le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;

el minoculo sí, mas ciego vulto;
el resquicio barbado de melenas;
esta cima del vicio y del insulto;

este, en quien hoy los pedos son sirenas,
este es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.

¿Por qué sabemos que habla del culo? Por distintas alusiones: «cíclope» (gigante de la mitología con un solo ojo; no necesitas más explicaciones, ¿no?) y «siciliano» (sicili-ano); «orbe postrero» (una metáfora para referirse al ano, ya que el orbe postrero era el último círculo) y «hemisfero/que zona divide en término italiano» (la separación entre las dos nalgas).

Otra nota antes de seguir: al hacer alusión al gigante de un solo ojo, Quevedo se está riendo, de paso, de la Fábula de Polifemo y Galatea, de Góngora, en la que el poeta cantaba el amor del cíclope Polifemo hacia la ninfa Galatea. Chapó, don Francisco.

Lo de «minoculo sí, mas ciego vulto» podría traducirse por algo así como que es cierto que el culo tiene un ojo, pero está ciego; para después hablar de los pelos que suelen acompañar al orto («resquicio barbado de melenas»). Y como no lo podía dejar ahí, acaba llamándole bujarrón. Un encanto este Quevedo.

Nueva nota aclaratoria: Se ha especulado con que minoculo podía ser una errata del impresor al copiar mal monóculo. Pero mino en latín significa empujar hacia adelante, lo que asociado a oculo (ano) y a las alusiones a la sodomía («que un bujarrón le conociera apenas»; «cima del vicio»), parecen ser, más que una errata, una clara demostración del ingenio venenoso de Quevedo.

Vulto, por su parte, es una palabra muy usada por el cordobés en sus poemas y significa rostro en latín. De esta manera, el madrileño se mofa de su rival usando sus propias palabras.

¿Se quedó calladito Góngora? Evidentemente, no. Y aquí va su respuesta:

Anacreonte español, no hay quien os tope.
Que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,
que al de Belerofonte cada día.
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier gregüesco luego.

¿Qué le está llamando Luis de Góngora a Francisco de Quevedo? Patizambo y cojo («vuestros pies son de elegía») y gafotas («vuestros antojos». Antojos aquí es anteojos). También mal poeta, comparándole, además, con Lope (de Vega), al que tampoco tenía en mucha estima (aquí había para todos, vaya). Y, de paso, le devuelve lo del culo («Prestádselos un rato a mi ojo ciego»).

Evidentemente, Quevedo respondió y sacó la artillería pesada: si yo soy patizambo y gafotas, debió pensar, tú eres judío, que es lo peor de lo peor que se podía ser en la España del siglo XVII.

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;

Apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la corte bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo solo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.

El tocino al que alude Quevedo sería para el judío Góngora algo así como la kriptonita para Superman. Por si fuera poco, además de judío («rabí», «perro», un insulto dedicado a los conversos), le llama sacerdote indigno (Góngora llegó a ser capellán real) y payaso («chocarrero de Córdoba y Sevilla»; «bufón a lo divino»). Pero ¿a qué alude don Francisco con «¿Por qué censuras tú la lengua griega?»? A las críticas que el poeta cordobés hizo de las traducciones al griego hechas por Quevedo.

Los tomas y dacas entre uno y otro no dejaron de producirse. Si Quevedo se reía de la nariz de Góngora:

A una nariz

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado…

Góngora llamaba borracho a su archienemigo (y no solo en verso; don Luis se refería al poeta madrileño como Quebebo):

Este sin landre claudicante Roque,
de una venera justamente vano,
que en oro engasta, santa insignia, aloque,
a San Trago camina, donde llega:
que tanto anda el cojo como el sano.

Para entender estos versos, en los que Góngora, burlándose de la poca cultura de la que acusa a su enemigo enreda aún más el orden de las frases y emplea un vocabulario superrebuscado, basta con traducir algunas palabras (ojo también al San Trago/Santiago): Landre: Bolsa escondida que se hacía en la capa o vestido para llevar oculto el dinero. Venera: Insignia distintiva que traen pendiente al pecho los caballeros de cada una de las órdenes. Aloque: Dicho del vino: Tinto claro o de la mixtura del tinto y blanco.  

¿Cómo acabó la cosa? Malamente para Góngora. Cuando la casa en la que vivía de alquiler se puso en venta, Quevedo, sabedor de quién la ocupaba, no dudó en comprarla. Y el primer mes que el cordobés no pudo pagar el alquiler a su nuevo casero, el madrileño no dudó en desahuciarle, dejándole en la calle compuesto, viejo, sin un duro y sin casa. Para que luego digan que si Shakira y que si Piqué… ¡Aficionados!

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