Silvia no rima con nada

En Silvia no rima con nada y otras tiernas y ridículas historias sobre la poesía (2022), Juan Romeu cuenta con gracia y cercanía la historia de su relación con la poesía para que quien quiera iniciarse en ella pueda hacerlo de forma sencilla y cercana.

La poesía es algo que está al alcance de todos y Juan Romeu lo demuestra en este libro. Los poemas de Bécquer, sus primeros amores y las distintas experiencias en el colegio y la universidad dejan claro ya desde el principio que la poesía es algo más que versos. «Lo más sinceramente poético del mundo es la vida de cada uno», dice Juan Romeu, y fiel a sus palabras nos ofrece partes de la suya para que a través de ella cada uno pueda encontrar su propio camino por la poesía.

Es este un libro que muestra que para llegar a la poesía —«uno de los mayores regalos que se pueden recibir»— no hace falta enfrentarse a los elevados versos de los poetas más crípticos; basta con aprender a reconocer dónde está la poesía en nuestra vida, algo para lo que los poetas son muy útiles, pero no imprescindibles.

¿Puede ser la carta arrugada de un niño a su madre más poética que un poema de Antonio Machado? ¿Hay poesía en un postre de dulce de leche o en un gol de Cristiano Ronaldo? ¿Puede un poeta suspender una asignatura de poesía? ¿Puede un libro de poesía hacer que una mujer se lea por fin un libro de su marido? Todo esto y mucho más se responde con mucha ternura y espontaneidad en Silvia no rima con nada, una obra que hará tambalearse los cimientos de la poesía como muchos la conocen y que servirá de entrada para muchos a la poesía verdadera, la poesía que nos hace ver que no estamos solos en nuestros sentimientos y que no nos deja tirados cuando más la necesitamos.

Aunque este libro fue publicado en {Pie de Página}, se puede considerar el número cero de Maresía.

Aquí se puede leer un fragmento de la obra (del capítulo de Rafael Alberti):

Sí escribí exprofeso y envié poemarios a distintos concursos no muy prestigiosos en 2015. ¿Qué cambió? Varios factores. En primer lugar, había conocido a Silvia en octubre de 2014 y estaba en la mayor efervescencia poética de mi vida. La poesía me salía a borbotones. En segundo lugar, en enero de 2015, como si se hubieran dado el relevo Silvia y ella, se murió «como del rayo» mi abuela, diría que al poco de enterarse de que era mi madrina. Estuve unos días con la espalda cargada, como si se me hubiera subido la tristeza a los hombros […]. Y justo en ese mes me llegaron por distintas vías anuncios de concursos de poesía, lo que entendí como señales que me enviaba mi abuela, quien había sido siempre una total entusiasta de mi labor poética. […] No sé si los envié mal o si es que no gustaron, pero ni recibí respuesta de los organizadores de los concursos ni, por supuesto, los gané.

Y aquí otro (del capítulo de Juan Ramón Jiménez):

No sé, puede que fueran también ridículas aquella época de Juan Ramón Jiménez en la que me inventé la poesía núbil (la que está a punto de casarse con el poeta) o aquella en la que casi me ayudaban más todas esas canciones que las poesías. También se puede considerar ridículo que, habiendo tanta poesía esperando a ser leída, no se lea más, que haya poetas que nos podrían alegrar una tarde de domingo con un solo verso y se queden en una estantería sin leer.

Eso último fue lo que le pasó durante años a José Ángel Buesa, cuyo Tiempo en sombra, que mi padre tenía entre las baldas de poesía, no descubrí hasta bien entrada la carrera. No sé si coincidió que era muy buen momento, pero enseguida se convirtió en mi poeta de referencia, el que me dio el empujón final para saber cómo me gustaba realmente escribir mis poesías.

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