compañero del alma, compañero
Miguel Hernández
Este verso así aislado podría no tener más gracia que la repetición al principio y al final de compañero (lo que se conoce como epanadiplosis). Pero, claro, se carga de poesía si sabemos que con él se cierra un poema de Miguel Hernández dirigido a su joven amigo Ramón Sijé (José Marín), que había fallecido de una infección poco antes: la famosa elegía que empieza «Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas, / compañero del alma, tan temprano.».
En combinación con el impactante verso anterior («que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero»), forma una serena petición después de versos doloridos, tormentosos y exagerados como «Tanto dolor se agrupa en mi costado, / que por doler me duele hasta el aliento» o «Quiero escarbar la tierra con los dientes». Esa serenidad viene maravillosamente anunciada por la repetición de las aes, eles y eses en los versos justo anteriores: «A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero». La transición de la rabia a la serenidad es normal en un poema que atraviesa distintas fases del duelo: tratar de buscarle utilidad a la muerte («a las desalentadas amapolas / daré tu corazón por alimento»), el dolor («no hay extensión más grande que mi herida»), la rabia y falta de aceptación («temprano levantó la muerte el vuelo» o «no perdono a la muerte enamorada») que llevan a querer recuperarle («quiero minar la tierra hasta encontrarte») y hasta a convencerse de que volverá («volverás a mi huerto y a mi higuera»). Aunque más de uno de los versos de este poema se podría incluir entre los mejores de la poesía en español, este, que retoma el «compañero del alma» del principio, destaca por concentrar en cuatro palabras el amor, la tristeza por la ausencia y la serenidad marcada por el paso de «compañero del alma» a simplemente «compañero» (qué bonita es la palabra compañero aplicada al compañero de vida) pese a la no aceptación de la muerte.