Manta eléctrica

Lo que aquí presentamos es algo más que un poemario; es una muestra de que todos llevamos poesía dentro. Estamos ante un poeta de más de 40 años que escribe ahora su primer libro. Y nos presenta su alma como la hierba que quedó enterrada bajo la nieve y asoma al derretirse la capa con el verdor de entonces. Ese verdor es el delicioso tono inocente, pero maduro, que Mario Díaz presenta en sus poemas. Y ese tono, solo conseguido con el paciente reposo del tiempo, es tan poco habitual y tan puro que convierte al autor en una joya única y muy valiosa.

Lo verdaderamente bueno de la poesía y, consecuentemente, de este poemario (que está lleno de ella) es que, por mucha tristeza que transmita, siempre deja abierta la puerta a la esperanza. «A esta rama seca le queda un latido», dice Mario en un poema que es como «A un olmo seco» de Antonio Machado, pero desde el punto de vista de la rama. ¿Cómo encuentra Mario esa esperanza pese a no haber sido suficiente para la persona que estuvo y se quiere ir? En Manta eléctrica es posible hallar la respuesta.

Entre otros, esta obra incluye poemas como «Detrás de la pata de la cama» o este, todos ellos con comentarios del autor y con una ilustración dibujada por el propio Mario Díaz:

Llorar

No puedo llorar y mira que lo intento.
Recordar las cosas bonitas que decías
y que nunca fueron verdad.
Pienso sin parar en las caricias de trapo
y tus miradas de palabras de sal.
Rebuscando en mi cerebro encuentro tus promesas,
esas, todas esas, que no ibas a cumplir.
Y aun así no lloro. No derramo ni una lágrima por ti.
Me mareo al caminar.
Sudo al pasear.
Siento las piernas pesadas
y de papel a la vez.

El estómago me arde.
La noche me retuerce en una cama de esparto.
Todo eso me pasa, cada día, cada hora, cada segundo.
Y me dicen: «Llora la pérdida y te sentirás mejor».
¿Qué pasa cuando no lloras
y las lágrimas se quedan dentro comiéndote el cuerpo?
¿Qué pasa si no consigo llorar por tu ausencia?
¿Qué pasa si no echo de menos tu tacto?
Ni siquiera tu voz, tus latidos, tu olor a hierro.
Echo de menos el eco de mis deseos.
Solo lo que yo pensaba que eras tú.
Tú no significas nada. No sé quién eras.
Solo el reflejo de mi sueño.
Y la paz de mi recuerdo.
Ojalá llorarme a mí y solo a mí.
De momento iré transitando por mis esquinas baldías.
Caminaré con dolor y miraré al cielo.
Y por encima de todo gritaré sin miedo:
no vuelvas a pasar por esta casa sin techo.

Aquí el comentario del poema:

En mi vida adulta siempre me ha costado llorar. Y eso no significa que no tengamos otras maneras de exteriorizar nuestra tristeza. Todos tenemos que transitar por esas sensaciones incómodas que el cuerpo produce a modo de defensa y no todas ellas se traducen en lágrimas.

Se pasa fatal cuando uno tiene ansiedad. O pasa por un periodo depresivo. Y aquí estoy contando eso, quejándome, y reclamando el derecho a llorar por uno mismo cuando, en una ruptura amorosa, es el otro, el que se va, el que te deja, el que se convierte en el motivo de tu pena. Es una especie de canto al individualismo. A quererse cuando no te quieren como medicina al dolor.

Y aquí su ilustración:

 

Y podéis leer aquí una entrevista al autor por la publicación del libro.

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