encabalgamiento
El encabalgamiento es la situación en la que un verso continúa la frase del anterior sin que haya una pausa sintáctica notable entre ambos, como en el comienzo de la elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández (1910-1942):
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas.
Como se ve, se separa en dos versos el sintagma «el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas».
Este fenómeno puede deberse simplemente a una cuestión de disposición en la que al poeta no le cabe una frase en un verso y debe continuarla en otro. Pero lo interesante y poético es cuando el encabalgamiento se usa con una intención mayor relacionada con la interpretación. Un ejemplo es el de estos versos del soneto «Horas alegres que pasáis volando» de Gutierre de Cetina (1520-1554):
importuno reloj, que apresurando
tu curso, mi dolor me representa…
Aquí Cetina se vale del encabalgamiento para representar también gráficamente la velocidad del reloj de la que se está hablando. El encabalgamiento te hace tener que pasar rápido al siguiente verso para poder avanzar. Esta velocidad también ayuda a acelerar la huida de la onda en una oda de Francisco de la Torre (¿1534-1594?) que comienza así:
Mira, Filis, furiosa
onda, que sigue y huye la ribera
y torna presurosa,
echando al punto fuera
del agua el peso de la nao ligera.
Algo similar destacábamos en Poesía bonita y que se entiende con respecto al poema «Definiendo la ansiedad» de Valle Mozas. En él, el corte de algunos versos ayuda a crear la sensación de ansiedad, «como si, llenos de ansiedad, unos versos les arrebataran palabras a los siguientes», como en estos ejemplos:
diferentes tramas para
la misma película.
La ansiedad consigue que
las tareas más sencillas
ocupen un lugar sagrado.
Una sensación parecida, pero de ímpetu y ahogo, se ve en otro soneto de Gutierre de Cetina, «Leandro que de amor en fuego ardía», en el que Leandro va nadando desesperado entre las embravecidas olas del mar a buscar a Hero en su torre:
Leandro que de amor en fuego ardía,
puesto que a su deseo contrastaba
el fortunoso mar que no cesaba,
nadando a su pesar, pasar quería.
Mas viendo ya que el fin de su osadía
a la rabiosa muerte lo tiraba,
mirando aquella torre donde estaba
Hero, a las fieras ondas se volvía…
Y, naturalmente, el encabalgamiento también se puede utilizar para expresar ruptura. Se ve, por ejemplo, en los primeros versos de uno de los sonetos de Francisco de Aldana (1537 o 1540-1578):
Mil veces callo que romper deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo.
En numerosas ocasiones, los poetas recurren al encabalgamiento para sugerir algo en un verso que luego cambia al completarse en el siguiente con la gracia de que no se llega a perder del todo la primera interpretación. Es un recurso que, como dijimos en deseos de otras noches, le gusta mucho a Marc J. Mellado. Se observa, por ejemplo, aquí:
convertí en costumbre el querer
estar en otro lugar
El corte hace que parezca que lo que se convierte en costumbre es el querer, el amor, y, aunque luego se descubre que en verdad es el querer estar en otro lugar, queda la idea de que también es el amor.
Esto mismo puede dar llamativos resultados, como este de Eugenio de Nora (1923-2018):
Y aún otra vez cantar cómo te amo,
patria injuriada por tus mismos hijos
de perra, los que ensucian…
Se puede incluso llegar al punto de cortar una palabra por la mitad. Un ejemplo conocido es el de una de las últimas estrofas de la «Oda a la vida retirada» de fray Luis de León (1527 o 1528-1591):
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
Y también se puede dar el encabalgamiento entre un elemento átono y aquel con el que se combina, lo que brinda una oportunidad inusual a los primeros para participar en la rima. Se ve con la preposición por en «Lo fatal» de Rubén Darío (1867-1916):
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos…
Y con el artículo la en el final del Nocturno del propio poeta nicaragüense:
… de ir a tientas, en intermitentes espantos,
hacia lo inevitable, desconocido, y la
pesadilla brutal de este dormir de llantos
¡de la cual no hay más que Ella que nos despertará!
O en estos versos de Amado Nervo (1870-1919):
Tan rubia es la niña que
cuando hay sol no se la ve […].
De la mañanita se
diluye y, si sale el sol,
por rubia… no se la ve.
Una última curiosidad: el fenómeno opuesto, es decir, que cada verso termine su frase, se conoce como esticomitia.
¿Qué ejemplos llamativos de encabalgamiento conocéis vosotros?