Palabras poéticas

Una selección de palabras con mucha poesía.
La poesía es un campo especialmente abierto a la creatividad léxica. Recogemos aquí algunos de los mejores frutos que hemos encontrado, palabras con mucha poesía.
 
afrodisiar
 
Aurora Luque (1962), experta en el mundo griego, considera que «Afrodita merece un verbo activo» y lo crea y utiliza en un poema llamado precisamente «Afrodisiar». Con versos como «Afrodísiame, quédate conmigo» o «Afrodisian sin pausa los del piso de arriba» no parece que haga falta explicar lo que significa esta bella creación verbal.

amapolidad
 
Precioso derivado de la preciosa palabra amapola. Esta bella creación aparece en un poema de Miguel d’Ors (1946) que lleva como nombre precisamente el de la flor: «sin que le importe ser papaverácea / ni dicotiledónea, sin explicar al mundo / su teoría de la amapolidad». En él, se alaba la capacidad de una flor de ser descaradamente bella pese a su fugacidad, su debilidad, pese a que sea domingo. Y eso es la amapolidad. Estos versos del mismo poema lo explican bien: «Misión cumplida con haber brotado / y ocupar un momento de esta tarde».

ayeridos
 
Magistral manera de condensar en una sola palabra la nostalgia del ayer y de hacerlo con suma belleza, uniendo dos poderosas palabras, ayer y heridos. Es obra de Luis Rosales (1910-1992) en La casa encendida, en un momento en el que habla como padre y como esposo de una relación familiar en la que ha pasado el tiempo: «Y ahora vamos a hablar, / ahora ya estamos juntos, ayeridos y ciegos, / y entrando unos en otros». Lapesa definió en Poetas y prosistas de ayer y de hoy a los ayeridos como los que «están transidos de pasado, penetrados por el recuerdo». Si letraherido es de las palabras más bonitas del español (a partir del catalán), ayeridos no se queda corta.

bisoledad
 
Poderosa palabra que Blanca Andreu (1959) incluyó en su celebrado, aunque dificilísimo, poemario De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall (Rialp, 1980). Nos habla probablemente de la soledad que buscan dos al juntarse como pareja e ir a vivir juntos, pero con un prefijo bi- en el contexto arquitectónico del poema que nos lleva, con el surrealismo propio de la autora, a una imagen fría de dos columnas para siempre solas y separadas de los demás y entre ellas, frente a la pasión descrita anteriormente. Por eso el verso en el que aparece sigue como sigue: «antes, sí, antes de esperar casas / del lenguaje arquitecto, / templos para bisoledad y rastro lejano de ti». La impresión podría incluso ser la de una soledad doble de alguien que ha sido abandonado.

conmorir
 
No es el primero que emplea esta palabra, pero Rodrigo Olay —uno de los mejores poetas de la actualidad— en su poema «Media vida» de Vieja escuela (Pre-Textos, 2021) lo usa con verdadero acierto: «Convivimos el pan, la luz, el lecho, / compartimos el techo, / y es dulce conmorir con quien se ama». Aunque aún lleva poco con su «compañera», siente su amor eterno y celebra lo dulce que es «conmorir con quien se ama», es decir, convivir en el camino hacia la muerte, hasta la que sabe que llegará con ella.

luctámbulos
 
Deliciosa creación de Martha Asunción Alonso (1986). Aparece en un poema de Skinny Cap (Libros de la Herida, 2014) en el que habla de los niños y de la necesidad de ganarse la vida: «Un pico / y una pala / es lo que necesitan estos hijos luctámbulos de su loba». Luctámbulo es el opuesto en luz a noctámbulo y, según nos dice la propia Martha, se refiere a «vivir como búsqueda de luz. Vivir hacia la luz, a la luz, por la luz, incluso de la luz como alimento». Esa luz explica la continuación del poema en genial juego de palabras: «Un pico, y unas alas. / Pues el ave que huye / no se rinde: / le rinde culto / al aire».

melancolizar
 
Cristina Peri Rossi (1941) crea y conjuga en un poema este precioso verbo («Yo melancolizomelancolizas / nosotros melancolizamos / vosotros melancolizáis») con el que se refiere a ese existir lleno de melancolía al que las constantes paradojas de la vida nos someten: que los deseos se evaporen como agua de lluvia, pero dejen huellas como rocas, que estemos solos «hasta cuando somos dos»…

porcelanea
 
Ángela Segovia (1987) utiliza este verbo en un poema de Amor divino (La Uña Rota, 2018): «mira / cómo tiembla la hierba en el palacio del lenguaje / mira cómo porcelanea la / piel». Le preguntamos directamente si significaba que la piel brilla y nos contestó esto:

Me estaba acordando de cuando escribí ese poema, estaba en el Palacio papal de Aviñón, el porcelanea hace referencia simplemente a un palidecer. Hay muchos en ese libro de ese palidecer, como el blanco pale, que aparece en otro texto. Y que supongo que tiene que ver con ese momento del enamoramiento, cuando Dante ve a Beatriz por primera vez y palidece, algo así, se me ocurre ahora. También hay algo así como una palidecer de todo el paisaje, primero la piel y luego la poussière, la pelusa. Es como si todo se volviera nublado, un poco como un sueño, o como los frescos desgastados del palacio.


servilletamente
 
Usa este llamativo adverbio en -mente formado sobre el nombre servilleta, junto a yuxtapuestamente y ferroviariamente, Jorge Riechmann (1962) en su poema «En la estación de Francia», de El corte bajo la piel (1994). Al estar hablando de una conversación en una estación en el que podría ser el primer encuentro con la que será su amada, podría hacer referencia al hecho de que uno le deja al otro el número de teléfono en una servilleta para volver a verse.
 
Se une a tantos maravillosos adverbios en -mente que nos ha dejado la poesía, como azucenamente (Luis Rosales), domingamente (Jorge Enrique Adoum), calcáreamente (Vicente Aleixandre), lluviosamente (Miguel Hernández en «Lluviosos ojos que lluviosamente»), todopoderosamente (Vanesa Pérez-Sauquillo), ametralladamente (Jaime Siles), calendariamente (Xavier Oquendo Troncoso), vialácticamente (Julieta Valero), arsénicamente (Cristina Rivera Garza)…

sonambulando
 
El verbo sonambular es de por sí sonoro y bonito, como sonámbulo. La bilbaína Ángela Figuera Aymerich (1902-1984) lo lleva al súmum en su poema «Libertad», de Belleza cruel (1958):
 
Y, sobre todo, amigo, al acostarte,
no escondas libertad bajo tu almohada
por ver si sueñas con mejores días.
No sea que una noche te incorpores
sonambulando libertad, y olvides,
y salgas a gritarla por las calles.
 
Previene al que, en lugar de abandonar del todo la libertad, la esconde debajo de la almohada, lo que puede llevarle a incorporarse una noche y sonambular (esto es, ‘decir estando sonámbulo’) «libertad» por las calles, con la consecuente detención y… «punto final, hermano, y Dios te ayude».
 
Julio Herrera y Reissig (1875-1910) usó la variante sonambulear: «dulzura de los parques, vagaban en el piano / sonambuleando, y eran las blancas filarmónicas / arañas augurales de un mundo sobrehumano».

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