retruécano
El retruécano es un recurso literario que consiste en el cruce de una o varias palabras en dos segmentos seguidos, haciendo que las que inician la primera pasen a terminar la segunda y viceversa, con el fin de crear una impresión con el sutil cambio de significado que se produce, entre otros muchos efectos posibles.
Hay ejemplos típicos como la frase de los tres mosqueteros (o mosqueperros) «todos para uno y uno para todos». En poesía, se suelen poner ejemplos en los colegios como «Cuando pitos flautas, cuando flautas pitos» de Luis de Góngora (de «Da bienes Fortuna») o el típico de Larra de «¿No se lee en este país porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee?».
Uno de los retruécanos más bonitos es el que se ve al final de esta estrofa de «Noche oscura del alma» de san Juan de la Cruz (1542-1591) con el que se refleja gráficamente la relación fogosa de amor divino:
¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada
amada en el Amado transformada!
Una maestra de este recurso es sor Juan Inés de la Cruz (1648-1695). En su famoso poema de «Hombres necios que acusáis», se encuentra esto:
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Consigue así darle la vuelta a lo que se suele pensar, mostrando que, aunque la diferencia puede parecer mínima, es grande. Y este mismo reflejo de darle la vuelta a lo establecido lo lleva la autora novohispana al extremo con varios retruécanos en estos cuartetos de uno de sus sonetos, en el que muestra preferencia por ser la mala en la relación, la desdeñosa:
Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata,
maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata,
triunfante quiero ver al que me mata
y mato al que me quiere ver triunfante.
Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo;
de entrambos modos infeliz me veo.
Pero yo, por mejor partido, escojo;
de quien no quiero, ser violento empleo;
que, de quien no me quiere, vil despojo.
Otro de los retruécanos que más nos gusta es el de la «Égloga en la muerte de doña Isabel de Urbina» de Pedro de Medina Medinilla, en la que Belardo pide que se lo lleve con ella con versos como estos:
«Acaba de llevarme donde halle
aquellos ojos míos de mi vida,
y aquella vida mía de mis ojos».
El potente efecto que se consigue con el retruécano es innegable. De ahí que sea tan útil para rematar anécdotas. Un ejemplo es la historia que cuentan de que Quevedo solía hacer pis en la pared de una iglesia, ante lo que pintaron una cruz para que dejara de hacerlo. Como él siguió haciéndolo, le dijeron: «Donde se ponen cruces no se mea». Y él respondió: «Donde se mea no se ponen cruces». El propio Quevedo tiene algunos retruécanos memorables, como este de su poema «No he de callar por más que con el dedo»:
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Como curiosidad final, dada la aparente sencillez que uno puede apreciar en un retruécano, Jorge Llopis decía esto al respecto en Las mil peores poesías de la lengua castellana: «Cuando el retruécano lo escribe un autor cualquiera, la crítica dice que es una gansada. Cuando el retruécano procede de una pluma consagrada, se considera una frase genial».
Ah, y conviene apuntar que algunos utilizan el término quiasmo para esta misma situación, aunque en rigor el quiasmo es un cruce, pero en la estructura sintáctica, no en las propias palabras, como en «fuego en el alma, y en la vida infierno», verso final del soneto «Ir y quedarse, y con quedar partirse» de Lope de Vega.