15 de octubre. Bajo la lluvia

Beatriz Minaya

Siempre fui una niña muy obediente. Me afané con todas mis fuerzas por cumplir todas las normas y requerimientos para, de esa manera, ser digna del elogio de los adultos que me rodeaban. Esa tendencia se ha extendido durante buena parte de mi vida, de modo que, por no decepcionar a las personas que me rodean, he dejado de hacer cosas que me habría gustado hacer. En los últimos tiempos me he ido dando cuenta de que no es una buena política de vida y estoy intentando romper la inercia, pero lo cierto es que eso de recuperar el tiempo perdido es, en el mejor de los casos, un sucedáneo de la experiencia que nos dejamos sin vivir.

Aun así, no descarto saltar en los charcos algún día:

BAJO LA LLUVIA

No recuerdo haber saltado en los charcos
—siempre sensata, siempre prudente,
siempre esclava de las miradas ajenas—.
Me daba miedo mancharme
y arrastrar una pesada mácula
durante el resto de mis días.
De poco o nada ha servido:
al final me alcanzó el fango
y no por voluntad mía.
No renuncies a ensuciarte:
de todas formas vivir salpica.

Evidentemente, no soy la única a la que le ha pasado esto. Recuerdo que cuando leí cierto poema de Idea Vilariño (el 10 de su poemario No) me sentí identificadísima. En él, haciendo referencia al episodio de la Odisea en el que Ulises se ata al mástil para resistir el canto de las sirenas, Vilariño habla de esa tensión entre querer hacer lo que se considera correcto mientras se desea otra cosa. Los últimos versos son tremendos:

«deseando que el viento lo voltee
que la sirena suba y con los dientes
corte las cuerdas y me arrastre al fondo
diciendo no no no
pero siguiéndola».

Otra de las cuestiones que motivan este tipo de comportamientos, además del querer complacer, es el intento de evitar el error. Supongo que porque el error es algo que nos enseñan a temer con todas nuestras fuerzas. Por eso me resulta tan reconfortante el poema «Fortuna» de Ida Vitale, al que pertenecen estos versos:

«Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día. […]
Ser humano y mujer, ni más ni menos».

Creo que voy a dejarte con esa idea para ver si de aquí a la próxima entrega de este boletín te has atrevido a disfrutar de algún error y de su enmienda, si fuera necesaria.

Cuídate mucho hasta entonces.

P. D.: Hoy, para seguir hablando del error, te recomiendo una canción que creo que va bastante con el espíritu del poema de hoy. Se trata de «Me equivocaría otra vez» de Fito y Fitipaldis.

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