5 (Farewell)

Pablo Neruda

Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,
ya no se endulzará junto a ti mi dolor.

Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada
y hacia donde camines llevarás mi dolor.

Fui tuyo, fuiste mía. Qué más? Juntos hicimos
un recodo en la ruta donde el amor pasó.

Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame,
del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.

Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.

Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.

Pablo Neruda


Quien quiera empezar a leer a Neruda (1904-1973) desde el principio puede hacerlo de forma tan simple como empezando por el principio de su poesía, Crepusculario (1923), donde encontrará poemas como «Farewell», que termina con esta maravillosa quinta parte.

Estos versos cierran un desgarrador poema de despedida (que es lo que significa farewell en inglés) en el que el poeta se debate entre mantener una relación que no va a ningún sitio, pero que podría culminar en algo tan bello como tener un hijo, o abandonarla. Y al final decide abandonarla, con la decepción que supone dejar un amor inolvidable en el que tanto se ha sembrado y que acabará aprovechando otro. 

El efecto de choque y ruptura se consigue muy nerudianamente con paralelismos, como en los cuatro primeros versos («ya no…, ya no…, pero hacia donde… y hacia donde…») o en «Fui tuyo, fuiste mía», y con contrastes como el del juego de tiempos verbales, con el futuro de los primeros versos («encantarán», «llevaré»…) y el pasado y presente de los siguientes, con el choque frontal de pasado y futuro de «Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame» o el de «Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy» (en un presente prisionero entre el pasado y el futuro).

O con ese terrible «pero» del tercer verso, que expresa la imposibilidad de olvidar; o, más escalofriante aún, el «pero» de «Estoy triste: pero siempre estoy triste», que refleja la frialdad con que, convencido («Yo me voy»), se decide a marcharse: la tristeza no puede ser obstáculo ni excusa porque siempre está.

Y, por si esa frialdad fuera poca cosa, acaba dejándonos helados con ese final en el que la conversación de despedida se reduce a dos secos adioses entre el poeta y el niño, que era al final lo único que le movía a seguir (y que se podría entender también como el inocente amante que el poeta ha sido y que ya no volverá a ser después de este amor fallido), como se dice en los versos iniciales de la primera parte de «Farewell»:

Desde el fondo de ti, y arrodillado,
un niño triste, como yo, nos mira.

Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.

Los largos versos alejandrinos (de 14 sílabas) con el tajante heptasílabo final (acelerado con la sinalefa entre «digo» y «adiós») reflejan perfectamente la demora en la decisión que solo puede tomarse de golpe. Y la rima asonante en pares (típica de Neruda) aguda en «-ó» aporta un tono sepulcral y sentenciador, perfecto para expresar la muerte de una relación.

Quien haya tenido un amor de joven que ha querido mantener, pero que ha acabado dejando por saber que no va a ningún lado, seguro que se emocionará con estos versos, claros precedentes del poema XX del mismo autor («Puedo escribir los versos más tristes esta noche»).

Juan Romeu

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