Asomaba a sus ojos una lágrima
Asomaba a sus ojos una lágrima,
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino, ella por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: «¿Por qué callé aquel día?».
Y ella dirá: «¿Por qué no lloré yo?».
La que se suele considerar la rima XXX de Bécquer es uno de los poemas de ruptura y recuerdo del amor a mi parecer más logrados y conmovedores.
Sin mostrar tristeza explícita, casi con frialdad, explica por qué un amor que podría haber sido no fue. Los motivos directos fueron superficiales (no llorar abiertamente y no manifestar lo que se siente), pero es que para que el amor funcione esto también es importante, no basta con sentir.
Por eso asume bien la separación («yo voy por un camino; ella por otro») y solo en los ratos de recordar se lamentará («Lamentarás brevemente que tuviéramos que separarnos» digo yo en un poema) y supondrá que a ella le pasará igual.
Y no pasa nada. ¿O sí? Esa es la grandeza del poema: la objetividad puede ser un amargo recurso para poder continuar con una vida sin el amor que debería haber sido.
El perfecto dominio de los endecasílabos (no lo parecen) y de la difícil rima aguda asonante en pares dan un tono sentencioso que culmina con el paralelismo de los dos últimos versos para reflejar con maestría la tensión de lo que estuvo a punto de pasar (esa gota a punto de caer) y cómo toda una vida puede verse influida por algo tan pequeño.
Como curiosidad, como dice Luis Gómez Canseco en Clásicos Hispánicos, este poema podría haber sido influido por este del romántico alemán Heinrich Heine (el XLIX de su Lyrisches Intermezzo):
Al separarse dos que se han querido,
¡ay!, las manos se dan;
y suspiran y lloran,
y lloran y suspiran más y más.
Entre nosotros dos no hubo suspiros,
ni hubo lágrimas… ¡Ay!
Lágrimas y suspiros
reventaron después… Muy tarde ya.
Juan Romeu