Cumulonimbo
Reseña
He tenido el gusto de recibir y leer Cumulonimbo (Loto Azul, 2024), primer poemario de José María Castellano Martínez (Córdoba, 1987). Esto me llena de alegría porque confirma el importante papel de Maresía como «editorial de empuje» (en palabras de Manuel Machado) o, quizá más bonito, como «editorial de cuna», etiqueta que nos da en un tuit el propio José María.
No sé si la publicación debe algo a que incluyéramos dos de sus poemas —«La cometa» y «Plan B»— como puerta de entrada a Poesía bonita y que se entiende 2 (Maresía, 2024), pero al menos podemos presumir de haber sido de los primeros en publicar algo de un poeta con tanto valor y futuro.
Su delicada visión del amor familiar no pudo pasarnos desapercibida cuando recibimos sus poemas. Ya dije en mi comentario de «La cometa» (incluido junto con «Plan B» también en Cumulonimbo) que solo por la imagen de la sonrisa de un niño paralela al vuelo de una cometa el poema ya merecía estar en la antología.
Cumulonimbo presenta otros muchos poemas que nos animan a dejarnos de apariencias y a que veamos lo importante, como esas dos líneas paralelas que se guardan con invisible fuerza en el recuerdo. En este sentido, cabe destacar especialmente el poema «Navidad», en el que se le dice a un limonero que no envidie ser abeto navideño porque las luces con que se adorna no son más que «la excusa / en esta noche de ausencias».
Aunque el paso del tiempo es algo triste, permite convertir los momentos en inolvidables cuando nos olvidamos de los adornos del acontecer diario. El amor, encarnado en la familia, ese «último gran abrazo» que nos permite «ser árbol y echar raíces», ayuda a conseguirlo. Es la forma de tener alguien siempre con un «plan B» para cuando nos equivoquemos. Es la Ítaca de Ulises y de Kavafis (al que se cita); es eso que hace que el mar al que vamos a dar como ríos no sea la muerte, sino un hijo («mi hijo / el mar donde termino»). Es ese soplo necesario para que la cometa no caiga al suelo, el viento que empuja nuestras velas por nosotros.
Pese a que las palabras delimitan el mundo y estropean «el infinito / de la ausencia de palabra escrita» de la infancia, la poesía —pese a construirse con palabras— puede conseguir devolvernos un poco de ese infinito. En su poemario, José María lo demuestra enseñándonos a apreciar el instante, ayudándonos a capturarlo con la detención de los cumulonimbos en el cielo, que son pasajeros, sí, pero, si estamos dispuestos a hacerlo, se pueden leer «antes de que se esfumen».