Lo mejor del «Libro de buen amor»

Recogemos aquí algunos de los versos más profundos e incluso útiles del Libro de buen amor, del arcipreste de Hita. Aunque se pueda tener la percepción de que el libro habla frívolamente del amor, hay momentos verdaderamente poéticos sobre el propio amor y otros muchos asuntos.
 
Para empezar, ¿a qué se refiere con «buen amor»? En la introducción de la edición de Cátedra —que es la que manejamos— se dice esto: «El único amor bueno, el buen amor, no es otro que el de Dios, que solo se puede alcanzar con las buenas obras». Y así lo expresa el arcipreste en la oración inicial del libro: «el buen amor, que es el de Dios».
 
Ya en esa oración encontramos buenas reflexiones, como esta:
 
Ca dize sant Gregorio que menos fieren al onbre los dardos que ante son vistos.
 
Y ya en el interior se leen versos sobre la tristeza como estos (estrofa 44, verso d, y estrofa 1518, verso b):
 
que la mucha tristeza mucho pecado pon.
 
pesar e tristeza el engenio embota.
 
que contrastan con este de la alegría (627a):
 
El alegría al omne fázelo apuesto e fermoso.
 
Sobre amores hace buenas recomendaciones; una de ellas es elegir bien, como en estos versos (428b y 430c, d):
 
non quieras amar dueña que a ti non avién.
 
para que ella te quiera en amor acoger,
sabe primeramente la muger escoger.
 
Otra es buscar un amor firme (691d):
 
el amor, do está firme, todos los miedos departe.
 
En el «Enxiemplo de la abutarda e de la golondrina» incluye estos bonitos versos (que podrían recordar al estilo de Lorca) sobre la paradoja de que el corazón herido haga enfermar (estrofas 786-789):
 
¡Ay, coraçón quejoso, casa desaguisada!
¿Por qué matas al cuerpo do tienes tu morada?
¿Por qué amas la dueña, que non te preçia nada?
Coraçón, por tu culpa bivirás vida penada.
 
Coraçón, que quisiste ser preso et tomado
de dueña que te tiene por demás olvidado,                     
posístete en presión, e sospiros, e cuidado:
penarás, ¡ay!, coraçón tan olvidado, penado.
 
¡Ay, ojos, los mis ojos! ¿Por qué vos fustes poner    
en dueña que non vos quiere nin catar nin ver?
Ojos, por vuestra vista vos quesistes perder:
penaredes, mis ojos, penar e amortesçer.
 
¡Ay, lengua sin ventura! ¿Por qué quieres dezir,
por qué quieres fablar, por qué quieres departir
con dueña que te non quiere nin escuchar nin oír?
¡Ay, cuerpo tan penado, cómo te vas a morir!
 
Anima también a esforzarse y a trabajar el arte (611d y 618a):
 
el grand trabajo sienpre todas las cosas vençe.
 
Con arte se quebrantan los coraçones duros.
 
Además, recomienda no saltarse pasos (427a):
 
Quisiste ser maestro ante que disçípulo ser.
 
Y ante todo no frustrarse, porque «desesperar el omne es perder coraçón» (804b).
 
Así se llega al enamoramiento, descrito con suma delicadeza en estos versos (1502):
 
Oteóme de unos ojos que paresçían candela:
yo sospiré por ellos, diz mi corazón: «¡Hela!».
Fuime para la dueña, fablóme e fabléla,
enamoróme la monja e yo enamoréla.
 
Es especialmente recomendable el «Enxienplo del galgo e del señor» (1370-1386), en el que lamenta que, como al galgo viejo, se rechace a los ancianos sin tener en cuenta todo lo que aportaron de jóvenes, con versos como estos (1365b-d):
 
quando yo dava mucho, era mucho loado;
agora, que non dó algo, só vil e despreçiado:
non ay mençión nin grado del serviçio pasado.
 
Todo se debe a tener mal dueño o señor: «quien a mal ome sirve siempre·l será mendigo» (1366b).
 
También habla del peligro de la riqueza (1384a, b):
 
Con paz e segurança es rica la pobreza,
al rico temeroso es pobre la riqueza. 
 
Y, por supuesto, trata la muerte, en unos versos (1520 y ss.) que recuerdan a las Coplas de Jorge Manrique. Valgan estos de ejemplo:
 
a todos los igualas e los lievas por un prez,
por papas e por reyes non das una vil nuez.
 
Y a estas poéticas reflexiones y sabios consejos se pueden sumar muchos otros que tenemos subrayados, pero que nos parecía excesivo incluir aquí, como «non ay cossa escondida / que, a cabo de tienpo, non sea bien sabida» (p. 33), «nunca vos creades loores de enemigos» (p. 49) o «Non dexes lo ganado por lo que as de ganar», y deleitosos recursos como el calambur de «Muy mal va; / al tiempo se encoje mejor la yerva malva» (p. 37) o el juego de palabras entre cras ‘mañana’ y el ruido del cuervo (cras, cras), como ave agorera del mal futuro (507, 1530). Son, asimismo, especialmente emocionantes los versos dedicados al principio y al final a la Virgen, como estos (1683):
 
Sufro grand mal
sin meresçer, a tuerto,
esquivo tal,
porque pienso ser muerto;
mas tú me val,
que non veo ál
que me saque a puerto.
 
Como veis, al margen de personajes (doña Endrina, don Melón, Trotaconventos, Pitas Payas…), chascarrillos y frivolidades, el Libro de buen amor es una obra con mucha poesía a la que merece la pena dar una oportunidad, aunque pueda ser cierto que la lectura no es del todo fácil.
 

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