Poemas de amor que cuentan mi historia

Por Mariángeles García

Antes de enamorarme por primera vez, yo tenía una idea del romance muy peliculera y muy intensita. Eso era lo que aprendí de los boleros y las coplas que escuchaba mi madre en la radio. El amor, pensaba la niña que yo era, debía ser un estado natural en las personas, así que no tardé en sentirlo yo también. Pero no me enamoré de ninguna persona en especial, sino del sentimiento del amor en general.

Así que necesitaba encontrar una voz que fuera capaz de expresar todo aquello que yo identificaba con semejante sentimiento: la intensidad, el melodrama y una energía tal que era capaz de mover montañas cuando era correspondido.

Entonces llegó en mi auxilio un señor recién venido del siglo XIX llamado Gustavo Adolfo Bécquer al que me acababan de presentar en clase de literatura. Sus Rimas describían a la perfección lo que yo sentía, y me contaban una historia de amor muy parecida a la que yo imaginaba que tendría algún día. Sus versos fueron los primeros con los que decoré las páginas de mi carpeta en la que guardaba los apuntes.

XVII

Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
hoy llega al fondo de mi alma el sol;
hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado.
¡Hoy creo en Dios!

XXIII

Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo,
por un beso… ¡yo no sé
qué te diera por un beso!

LXXVIII

Podrá nublarse el sol eternamente;
podrá secarse en un instante el mar,
podrá romperse el eje de la tierra
como un débil cristal.

¡Todo sucederá! Podrá la muerte
cubrirme con su fúnebre crespón;
pero jamás en mí podrá apagarse
la llama de tu amor.

Un día, ese amor se hizo de carne y hueso, y, si la historia hubiera sido como tantas veces había soñado, qué enorme felicidad debería sentir. Y no era así. Me había enamorado, sí, pero de una persona totalmente inalcanzable para mí. Un amor no prohibido, pero sí imposible. Un amor que decidí vivir en silencio y ocultar. ¿Quién pondría voz a esto que sentía? ¿Qué poeta, como hizo Bécquer, me prestaría su voz para pasar el trago? Buscando documentación para un trabajo de clase descubrí a Garcilaso de la Vega.

Soneto V

Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.

Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

Aquel primer amor imposible y oculto se desdibujó en el tiempo de tanto callarlo. Pero llegó otro que sí fue correspondido y que me hizo volver a sentir mariposas en la tripa. Tan feliz estaba que deseaba no perdiera nunca la fuerza que ahora tenía. Sería eterno, porque el auténtico amor no podía morir jamás. Y entonces llegó Quevedo en mi ayuda para explicarlo.

Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte en la ribera,
dejará la memoria en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejarán, no su cuidado,
serán ceniza, más tendrá sentido,
polvo serán, más polvo enamorado.

Ese segundo amor no resultó tan eterno como yo creía y la ruptura fue dolorosa, muy dolorosa. Nunca más, me juré, nunca más volvería a pasar por lo mismo. Candado al corazón y promesa solemne de no dejarme llevar jamás por semejante sentimiento.

Pero Lope de Vega vino para recordarme por qué merecía la pena enamorarse de nuevo, a pesar de todo; por qué había que seguir buscando el amor o, si no buscarlo, dejarse encontrar. El amor no es un sentimiento lineal, sino una montaña rusa de sensaciones. Bien lo sabía él, que tanto había vivido…

Esto es amor

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Cuando llegó mi tercer amor, hacía años que había dejado de ser niña, y se instaló de manera tranquila y sin estrépito en mi apaciguada vida. Volvieron las cosquillitas en el corazón, la sonrisa tonta de quien se sabe enamorado y no sabe disimularlo. La felicidad, pensaba entonces, se encerraba en las letras de su nombre. Gloria Fuertes lo sabía explicar mejor que yo.

Cuando te nombran

Cuando te nombran,
me roban un poquito de tu nombre;
parece mentira,
que media docena de letras digan tanto.

Mi locura sería deshacer las murallas con tu nombre,
iría pintando todas las paredes,
no quedaría un pozo
sin que yo asomara
para decir tu nombre,
ni montaña de piedra
donde yo no gritara
enseñándole al eco
tus seis letras distintas.

Mi locura sería,
enseñar a las aves a cantarlo,
enseñar a los peces a beberlo,
enseñar a los hombres que no hay nada,
como volverme loco y repetir tu nombre.

Mi locura sería olvidarme de todo,
de las 22 letras restantes, de los números,
de los libros leídos, de los versos creados.
Saludar con tu nombre.
Pedir pan con tu nombre.
–Siempre dice lo mismo– dirían a mi paso,
y yo, tan orgullosa, tan feliz, tan campante.

Y me iré al otro mundo con tu nombre en la boca,
a todas las preguntas responderé tu nombre
–los jueces y los santos no van a entender nada–
Dios me condenaría a decirlo sin parar para siempre.

Como la cosa parecía cuajar, antes de seguir adelante necesitaba asegurarme no solo de que aquella persona sentía lo mismo que yo, sino también de que sabía dónde se estaba metiendo. ¿Cómo decírselo sin parecer borde, sin romper la magia? Así, me respondió Dulce María Loynaz:

Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana abierta!

Si me quieres, no me recortes:
¡quiéreme toda… o no me quieras!

Aquel tercer amor se fue consolidando a fuego lento y sin estruendo. Un amor maduro, asentado en otra forma de entender la pareja. Ya me lo había dicho Benedetti en un poema: se ama cuando se escucha al otro, cuando se le acepta con sus virtudes y sus defectos, cuando se le respeta:

Táctica y estrategia

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple

mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.

Y lo logramos. Juntos hemos construido una relación que dura ya años, que vive el amor de manera más calmada, menos histriónica pero igual de intensa. ¿Acabará? Sí, todo acaba. Por eso, tal vez (no sé) porque me da miedo que un día ya no esté conmigo, me agarro a la mano de Luis García Montero (Completamente viernes; Tusquets, 1998):

La ausencia es una forma de invierno

Como el cuerpo de un hombre derrotado en la nieve,
con ese mismo invierno que hiela las canciones
cuando la tarde cae en la radio de un coche,
como los telegramas, como la voz herida
que cruza los teléfonos nocturnos
igual que un faro cruza
por la melancolía de las barcas en tierra,
como las dudas y las certidumbres,
como mi silueta en la ventana,
así duele una noche,
con ese mismo invierno de cuando tú me faltas,
con esa misma nieve que me ha dejado en blanco,
pues todo se me olvida
si tengo que aprender a recordarte.

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