Soneto X

Garcilaso de la Vega

¡Oh dulces prendas por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería,
juntas estáis en la memoria mía
y con ella en mi muerte conjuradas!

¿Quién me dijera, cuando las pasadas
horas qu’en tanto bien por vos me vía,
que me habiades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?

Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes,
lleváme junto el mal que me dejastes;

si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.

Garcilaso de la Vega


Este es uno de los sonetos más conocidos de Garcilaso de la Vega (1491/1506-1536). En él cuenta como el encontrarse unas «prendas» (objetos; quizá un mechón de pelo) de la que fue su amada, seguramente la fallecida Isabel Freire, le hacen recordar y destruyen «en una hora» todo el edificio que había levantado para olvidarla.

La repetición de dulces en el primer y el segundo versos refleja bien cómo una misma cosa buena puede producir sensaciones muy distintas dependiendo de la situación: aunque fueron y son dulces, antes producían alegría y ahora «grave dolor».

Y, por si esto no fuera suficientemente poético, con estremecedora rudeza Garcilaso se dirige a esas prendas (y por metonimia a la amada) en los dos tercetos para recriminarles que no se llevaran el mal igual que el bien, con tal desesperación que llega a sospechar que lo hicieron aposta para verle sufrir, con un verso final en el que la aliteración, con la repetición de la [m] («verme morir entre memorias tristes»), refleja nítida y estremecedoramente el sollozo y balbuceo.

Si lo bueno del amor puede desaparecer tan rápido, ¿por qué no es fácil que se vaya lo malo? Eterna pregunta a la que Neruda («es tan corto el amor y es tan largo el olvido») y otros muchos poetas se han enfrentado, seguramente influidos por este soneto de Garcilaso.

Una clara referencia la encontramos, por ejemplo, en el soneto «¡Ay, dulce tiempo, por mi mal pasado» de Gutierre de Cetina. Y hasta alguno le ha dado la vuelta a la idea para hablar, no de un objeto de la amada perdida que se encuentra el amante abandonado, sino de uno que se quiere perder de vista por despecho, como Eugenio Gerardo Lobo (1679-1750) en el soneto «Amante que, celoso, arrojó en un río un diamante que traía por memoria», que empieza de forma similar al de Garcilaso: «¡Oh, dulce prenda, testimonio un día…».

También, como curiosidad final, está la versión de este poema escrita por Sebastián de Córdoba «a lo divino», es decir, la adaptación de un poema de amor a una dama como un poema de amor a Dios (aquí las prendas podrían ser las buenas acciones):

¡Oh dulces prendas, por mi bien tornadas,
dulces y alegres para el alma mía,
estando yo sin vos, ¿cómo vivía?,
prendas del alto cielo derivadas!

Mis culpas os perdieron, y apartadas,
el alma, aunque animaba, no sentía;
sentía, pero no como debía;
que estaban sus potencias alteradas.

Pues en un hora junto me llevastes
por mí todo mi bien cuando partistes,
y conocéis el mal que me dejastes,

si ya por la bondad de Dios volvistes,
no os apartéis del alma que sanastes,
porque no muera entre dolores tristes.

Juan Romeu

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