Adolescencia
En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
Desde la dulce mañana
de aquel día, éramos novios.
El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño.
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas,
como quien pierde un tesoro.
Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos.
No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios…,
y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.
Juan Ramón Jiménez
Este poema ha sido para mí desde que lo leí por primera vez de pequeño una deliciosa muestra de la poesía sugerente de Juan Ramón, la que a mí más me gusta. No llega a decir nada, simplemente describe el comienzo de una relación entre unos adolescentes, pero sugiere tanto…
Refleja a la perfección esa melancolía que se produce al decidirse a empezar una relación con alguien. Una sensación perfectamente acompañada por la luz de una tarde de otoño, con las hojas cayendo. La naturaleza se entrelaza con la la escena interrumpiendo a cada estrofa como diciéndonos que es la primera vez que se hace frente a la naturaleza por tomar una decisión de ese tipo.
Es un símbolo del paso de la infancia y la inocencia a la adolescencia, a la socialmente recomendada entrega a otras personas. Cómo cambia esa dulzura del primer «éramos novios» (aún mero concepto) a la melancolía del de la última estrofa, cuando ya hay que actuar.
La pasmosa objetividad o indolencia con que el novio narra la escena no impide que el poema derroche delicadeza y ternura, anunciada ya desde la repetición de la [n] en el primer verso (que en algunas versiones es «En el balcón un momento»), sonido plácido que a la vez podría estar reflejando las campanadas que anuncian la llegada de la hora del beso (→ aliteración).
Con la serenidad del poema encaja muy bien el octosílabo en rima asonante ó.o en pares y el primer acento a menudo en sílaba tardía (en la cuarta sílaba ya en el primer y tercer versos, sin ir más lejos: en.el.bal.cón y des.de.la.dúl).
El resultado es un bellísimo poema, pese a la aparente falta de profundidad, que capta bien ese sabor amargo que tienen las decisiones por lo que dejamos atrás, por el tesoro que se siente que se pierde, tanto en el amor como en la vida en general. Refleja magistralmente el temor que produce empezar a tomar decisiones trascendentes que influirán profundamente en nuestras vidas.
Con razón se suele recoger este poema en antologías generales (como la de Anson, donde yo lo descubrí). Es, además, un poema ideal para aprendérselo de memoria.
Juan Romeu