Lo fatal
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
y no saber adónde vamos,
¡ni de dónde venimos!…
Extraordinario a la par que terrible poema de Rubén Darío. Perteneciente a Cantos de vida y esperanza (1905), donde ya encontramos poemas más profundos, «Lo fatal» es seguramente la cumbre de su poesía, la mirada otoñal que él mismo vio en su poemario concentrada en trece versos (el número puede que no sea casual).
Con un tono fúnebre y sentencioso, adelantado por el título y acentuado por la longitud de los versos (alejandrinos hasta la última estrofa), empieza mostrando su envidia por los seres que no sienten (se dice que pudo tomar la idea de unos versos de Miguel Ángel) para explicar después a qué se debe esta ansia de no sentir: a que lo poco que se conoce a ciencia cierta es que se va a morir («el espanto seguro de estar mañana muerto»); para eso es preferible no conocer nada.
Como reflejo de la vida y el paso del tiempo, el poema va acelerando en ritmo y en cantidad, perdiendo versos y sílabas según avanza, con el famoso encabalgamiento abrupto del por entre el octavo y el noveno verso. La repetición de palabras como ser o por y de la sintaxis (como el paralelismo de los versos 10 y 11), junto con la árida presentación a modo de listado fuera de contexto, contribuyen a enfatizar la angustia de desconocer incluso «de dónde venimos».
Es difícil expresar mejor que este poema —que bien podría haber firmado Quevedo— esa incertidumbre en la que vive el ser humano, condenado a sentir y a caer en la tentación de amar sabiendo que todo va a acabar.
Como curiosidad, Ángel González eligió este poema como el mejor del siglo XX en Centuria, y, según cuenta Sergio Ramírez, Gabriel García Márquez —que se lo sabía de memoria— lo consideraba el mejor de nuestra lengua. Por su parte, Luis Alberto de Cuenca llega a decir aquí (min. 49) que es uno de los diez poemas más hermosos escritos nunca.